EL RETORNO ES POSIBLE

Dentro de la globalización en la que estamos inmersos en este comienzo de siglo, debemos reconocer que se ha acentuado la soledad de cada ser humano, aunque la misma está disimulada por las paradojas que le ofrece el sistema. Por ejemplo, se siente participante activo de la aldea global debido a que las noticias del mundo entran en su casa al instante por medio de la televisión por cable, pero ese ser informado no conoce a su vecino. También chatea y participa de foros internacionales relacionados con sus temas de interés pero no escribe una carta a sus familiares del interior y filtra los llamados por medio del contestador telefónico. Hoy en día es común relacionarse sentimentalmente a través de Internet, sin piel, sin miradas, sin acercamiento de almas. El hombre de hoy habla, siente y ama virtualmente, accede al instante a la última catástrofe aérea; sin moverse de su casa visita al Titanic hundido en las profundidades, escudriña todos los rincones del universo mas su verdadera voz está callada.

Cuando ese hombre se “enferma”, tiene a mano los más avanzados recursos que la ciencia le ofrece. Olvidándose de su angustia, negando sus miedos, racionalizando y apagando sus emociones, sordo al reclamo de los afectos, apela a los monitoreos, a las resonancias, a las cifras y porcentuales que jamás entenderá del todo. Pone en un altar al profesional que más exámenes y análisis le ordena porque es indudable que “ese doctor sabe” pero olvida que, cuando el doctor lo examinó sin tocarlo ni palparlo, no le preguntó sobre sus ideales, sus ilusiones, sus sueños, sus penas, cómo eran sus vínculos ni cuáles planes tenía, si había odios no expresados, rabia acumulada, resentimientos, y tampoco averiguó si tenía sueños recurrentes o si había superado ya los duelos por las pérdidas de seres queridos que hubiera podido tener. Nuestro sujeto, sintiéndose importante por haber estado en un consultorio de la clínica más lujosa a la cual su sistema de medicina prepaga le daba acceso, no registró que su alma seguía más sola que nunca; pero estaba feliz, portando en su mano los salvoconductos que le permitirían seguir en “estado de salud”.

El hombre de hoy está dominado por la tecnología. La máquina lo somete y este ser humano robotizado no hace absolutamente nada por rescatarse a sí mismo: ha olvidado la senda de regreso a la Naturaleza. El camino que lo apartó de sus centros, los fantasmas que persiguió, le quitaron la posibilidad de situarse frente a otra alma.
Debido a este marco existencial que apela a una progresiva deshumanización, es importante que quien pueda darse cuenta del peligro que lo acecha para conducirlo a la Nada, intente por todos los medios y con todas sus fuerzas, apartarse de la vertiente, dar un salto al costado y recapacitar que, a partir de ese momento, su posible soledad sí tendrá sentido pues no estará aturdida ni disimulada. Será un estado de soledad natural y por elección, auténtica y válida, pero tal vez de corta duración.
Quienes estamos al servicio del prójimo desde el área de la salud, debemos tener siempre presentes a quienes nos precedieron dignamente en el camino que hoy transitamos. Desde mi labor como psicoanalista junguiano que prescribe esencias florales al paciente, encuentro a través de la historia una línea coherente que parte de Paracelso, pasa por Hahnemann, sigue con Rudolf Steiner y recala en Edward Bach. No descarto para nada corrientes actuales que se están desarrollando y que son tan válidas como aquéllas, pero en este caso me estoy refiriendo a trayectorias de vida y de trabajo que en sí constituyen escuelas-modelo para la aplicación de los distintos métodos de la sanación y que dejaron un camino abierto y un modelo a seguir y que, fundamentalmente, percibieron al alma humana y a ella se dedicaron.
Estos Maestros trabajaron A CONCIENCIA combinando los principios elementales y conocieron las fuerzas misteriosas de lo visible y de lo invisible, operando con lo que podríamos llamar “Magia Divina”. Supieron discernir perfectamente entre lo que sería el alimento espiritual y el mental, de aquel otro antinatural y engañoso que alejaba al hombre de la Madre Tierra y lo desnaturalizaba alargándole impropiamente el ascenso hacia el Espíritu.

Como ejemplo de mis afirmaciones, y para que el lector opte por seguir indefenso y camuflado en su soledad o retome el camino de la sabiduría natural, quiero brindarle una pequeña joya de sabiduría que data del siglo XVI:

“Las siete reglas de Paracelso”
1.- Lo primero es mejorar la salud. Para ello hay que respirar con la mayor frecuencia posible, honda y rítmicamente, llenando bien los pulmones, al aire libre o asomado a una ventana. Beber diariamente en pequeños sorbos, dos litros de agua, comer muchas frutas, masticar los alimentos del modo más perfecto posible, evitar el alcohol, el tabaco y las medicinas, a menos que estuvieras por alguna causa grave sometido a un tratamiento. Bañarte diariamente, es un habito que debes a tu propia dignidad.
2.- Desterrar absolutamente de tu ánimo, por mas motivos que existan, toda idea de pesimismo, rencor, odio, tedio, tristeza, venganza y pobreza. Huir como de la peste de toda ocasión de tratar a personas maldicientes, viciosas, ruines, murmuradoras, indolentes, chismosas, vanidosas o vulgares e inferiores por natural bajeza de entendimiento o por tópicos sensualistas que forman la base de sus discursos u ocupaciones. La observancia de esta regla es de importancia decisiva: se trata de cambiar la espiritual contextura de tu alma. Es el único medio de cambiar tu destino, pues este depende de nuestros actos y pensamientos. El azar no existe.
3.- Haz todo el bien posible. Auxilia a todo desgraciado siempre que puedas, pero jamás tengas debilidades por ninguna persona. Debes cuidar tus propias energías y huir de todo sentimentalismo.
4.- Hay que olvidar toda ofensa, mas aun: esfuérzate por pensar bien del mayor enemigo. Tu alma es un templo que no debe ser jamás profanado por el odio. Todos los grandes seres se han dejado guiar por esa suave voz interior, pero no te hablará así de pronto, tienes que prepararte por un tiempo; destruir las superpuestas capas de viejos hábitos, pensamientos y errores que pesan sobre tu espíritu, que es divino y perfecto en si, pero impotente por lo imperfecto del vehículo que le ofreces hoy para manifestarse, la carne flaca.
5.- Debes recogerte todos los días en donde nadie pueda turbarte, siquiera por media hora, sentarte lo más cómodamente posible con los ojos medio entornados y no pensar en nada. Esto fortifica enérgicamente el cerebro y el Espíritu y te pondrá en contacto con las buenas influencias. En este estado de recogimiento y silencio, suelen ocurrírsenos a veces luminosas ideas, susceptibles de cambiar toda una existencia. Con el tiempo todos los problemas que se presentan serán resueltos victoriosamente por una voz interior que te guiara en tales instantes de silencio, a solas con tu conciencia. Ese es el daimon de que habla Sócrates.
6.- Debes guardar absoluto silencio de todos tus asuntos personales. Abstenerse, como si hubieras hecho juramento solemne, de referir a los demás, aun de tus más íntimos todo cuanto pienses, oigas, sepas, aprendas, sospeches o descubras. Por un largo tiempo al menos debes ser como casa tapiada o jardín sellado. Es regla de suma importancia.
7.- Jamás temas a los hombres ni te inspire sobresalto el día de mañana. Ten tu alma fuerte y limpia y todo te saldrá bien. Jamás te creas solo ni débil, porque hay detrás de ti ejércitos poderosos, que no concibes ni en sueños. Si elevas tu espíritu no habrá mal que pueda tocarte. El único enemigo a quien debes temer es a ti mismo. El miedo y desconfianza en el futuro son madres funestas de todos los fracasos, atraen las malas influencias y con ellas el desastre. Si estudias atentamente a las personas de buena suerte, veras que intuitivamente, observan gran parte de las reglas que anteceden. Muchas de las que allegan gran riqueza, muy cierto es que no son del todo buenas personas, en el sentido recto, pero poseen muchas virtudes que arriba se mencionan. Por otra parte, la riqueza no es sinónimo de dicha; Puede ser uno de los factores que a ella conduce, por el poder que nos da para ejercer grandes y nobles obras; pero la dicha más duradera solo se consigue por otros caminos; allí donde nunca impera el antiguo Satán de la leyenda, cuyo verdadero nombre es el egoísmo. Jamás te quejes de nada, domina tus sentidos; huye tanto de la humildad como de la vanidad. La humildad te sustraerá fuerzas y la vanidad es tan nociva, que es como si dijéramos: pecado mortal contra el Espíritu Santo.

Paracelso

Autor: Lic. Alberto Peyrano.